miércoles, 22 de junio de 2011

Los tacos de la Calle Seis

Dedicado a Mariano, Wawis, Eli, Gerson, Chabela, Tristán y muy especialmente a El Chino, responsable de que hayamos conocido este congal. ¿Cuántas historias en común tuvieron en este sitio su desenlace o su reinicio? 
"Larga vida a La Banda Charra".


Yo soy fans de Los tacos de la calle 6

Innumerables y constantes son los listados que han llegado hasta mí y que versan acerca de cuáles son los mejores tacos que se pueden comer en esta  bendita Ciudad de México saturada de sobreoferta de dicho manjar nocturno.

Aquí hay que acotar que los mejores tacos se comen de noche, determinado lo anterior porque sólo hay tres razones lógicas para hacerlo a tales horas.

-Pendejeas con la banda en plan desmadroso y hay que echarle al cuerpo la cantidad de grasas polinsaturadas que son necesarias para proteger las paredes estomacales de las cantidades industriales de alcohol que seguro beberás esa laaarguísima jornada con muy posible epílogo oaxtepectiano;  o quizá con quién  sales en tal ocasión es una nena a  la que intentas impresionar con tus inmensos conocimientos de gastronomía nocturna underground (¡Ah, cuantas damas –y algunas otras criaturas menos inocentes- habrán olvidado mi nombre y mi rostro, pero se extasiarán aún al evocar el repiqueteo del sartén y el picor extático de unas salsas realmente memorables!) El compañerismo, la amistad, el amor, e incluso la lujuria se convierten así en la primera razón.

2.    -Andas de pedo extremo con algún aferrado de tu calaña. Invariablemente de boca de alguno de los dos saldrá la frase: “por aquí conozco unos tacos dostres” (dostres es lo que usarás cuando no quieres comprometer un juicio cualitativo y se entenderá perfectamente que ambos los pueden degustar sin riesgo de caer fulminados por un cisticerco mutante). La lealtad, el valor, la compañía incondicional, segunda razón.

3.     -O eres un verdadero atascado que no requiere otra justificación que el antojo cotidiano para trepar a niveles funcionales tus escasos triglicéridos. La autoestima, el ego, la voluntad de poder nietzcheana, razón tercera.




Es entonces en este momento cuando se hace necesario delimitar de qué clase de tacos estamos hablando.

Dentro del arte culinario nacional abundan las categorías en lo que a tacos se refiere. De guisado, de canasta (base de la dieta diaria de cualquier estudiante universitario, completada con la infaltable Coca-cola), de barbacoa, de birria, de cabeza de res, de cabeza de borrego, de carnitas, dorados de pollo, los caseros de arroz o de crema con sal, las alargadas flautas, de cochinita, de chile relleno; por no hablar de las particularidades que nos sorprenden en casi cualquier estado de la República. En Toluca, los delicadísimos de obispo, en Morelos, los exquisitos de cecina, servidos son su guarnición de aguacate y crema. Alguna ocasión en la libre hacia Acapulco, y en compañía del amor de mi vida, tuve ocasión de degustar una curiosa versión de los tacos de birria que se servían barnizados –literalmente, con una pequeña brocha- de la salsa del guisado.  En fin, de cualquier forma, de ninguna de estas variedades del taco, será que hablaremos en esta ocasión.

Disertaremos sobre el taco por antonomasia, la versión más acertada que ha tenido lugar en este mundo consentido de Dios -los tacos de cualquier esquina en las zonas lumpen y de clase media en esta ciudad-: los de suadero, longaniza, tripa y pastor. Habrá el empresario taquero visionario que agregue a esta variedad las exquisiteces de la cabeza de res. Ojo, sesos, oreja, trompita, cachete y otras delicias. No será raro tampoco encontrar junto a estos el de bisteck, costilla o incluso el de pechuga de pollo, solos o con queso o incluso en la variedad de alambre, mezclado con verduras. También es cada vez más frecuente que haya una sección de tacos de carnitas para los verdaderamente cabrones y kamikazes que se atreven a embutirse de cuatro a seis a dichas horas (Yo lo he hecho más de un par de veces, no hay muchas cosas que alguien me pueda contar).  Un poco más raro será presenciar la existencia en el menú del taco de machito o el de hígado, pero puedo mencionar que incluso he sorprendido compartiendo espacio en la carta con los ya mencionados al extravagante taco de riñón. En fin, creo que queda perfectamente delimitado a que tacos nos referimos.




El Califa, El Charco de las ranas, El Borrego viudo, El Fogoncito, serán invariablemente quienes ocupen siempre los primeros lugares en los estudios mencionados al principio de este artículo y no tengo objeción alguna; los estándares de calidad en servicio, la materia prima, la innovación en la presentación y la grandísima variedad serán factores que hagan que quienes enjuician dichos sitios se vean obligados a colocarlos en el ranking que seguramente merecen.




Donde la puerca tuerce el rabo es cuando estos mismos individuos se meten a calificar a los auténticos tacos callejeros. ¿Qué mierda puede saber un pinche roto (nótese la actualidad de mi vocabulario) de tragar en la calle, la verdadera calle; de caminar atravesando Ciudad Nezahualcóyotl a las cuatro de la madrugada, de estar perdido entre pedo y crudo en medio de Iztapalapa o salir de una pinche fiesta donde no te dieron de tragar en Cuautitlán? Siento que estos señores hablan de oídas, porque, ¿cómo atreverse a darle un lugar en la lista de los mejores tacos callejeros a Los Chupacabras de Río Churubusco y a los de Santa Cruz? Yo sé de esto. Yo he comido de noche en los rincones más innacesibles de esta ciudad y puedo decir con toda la propiedad que me confiere mi bagaje taquero que esos pinches tacos están sobrevalorados en extremo, es más, puedo decir que esos pinches tacos están bien pinches. Esos y muchos otros que identifico que aparecen en sus putas listas falseadas. Es indignante. Es un compló.

Yo sé de lo que hablo, no soy ningún improvisado. Comparto entonces que existen unos tacos que se ubican entre los consentidos de mi corazón, y que reúnen a la mayor parte de la gente que conozco en torno a su evocación nostálgica cada que recordamos anécdotas en común. Para la mayor parte de ellos son los mejores, para mí son miembros dignos y permanentes de mi Top Five. Hay un sólo cabrón entre todos mis amigos y exmujeres que se niega a incluirlos en su lista de los mejores, pero sospecho que su clasificación atiende a aspectos económicos, ya que sus favoritos son unos de carnitas hediondas que cuestan cinco pesos y pesan casi medio kilo. Y es que los tacos de la calle seis no son tan baratos como se esperaría por la zona, pero valen cada uno de los diez pesos que se pagan por ellos (catorce si llevan queso, o si son de lengua): son una delicia suprema.




Hagamos una pausa antes de entrar en materia para hablar del servicio en este lugar. Si ya conoces a los meseros (sí: hay meseros. Y veinte o treinta varos de propina son suficientes para que la siguiente vez te ubiquen de inmediato y te traten a cuerpo de rey) te los pueden llevar hasta la comodidad de tu auto. Además el servicio es casi instantáneo y no tienes que esperar salivando a que te pelen. Aquí todo es eficiencia y atención inmediata. Recomiendo que te metas hasta el final de la calle y te bajes a disfrutarlos de pie, como mandan los cánones que se debe saborear cualquier taco callejero. Además te evitarás el caos que es desatado por tanto cabrón que llega sobre ruedas. Siempre hay un chingo de gente, pero en menos de un par de minutos estarás comiendo. Garantizado.

Hablemos ahora de lo verdaderamente importante.

El de pastor es sublime, el dorado es perfecto y regular, el tamaño de las rebanadas es el ideal para conservar la integridad de su sabor y la carne es de la calidad más alta que he encontrado en dicha variedad. Además tiene su salsa particular, con ese regustito característico que  marida perfectamente con la infaltable rebanada de piña.

El de bisteck y el de longaniza con o sin queso tienen la particularidad de ser servidos adornados con unas sustanciosas rebanadas de aguacate y la cantidad perfecta de pico de gallo. Puedo decir que el sabor de ambos es ideal para ser acrecentado con cualquiera de las celestiales salsas dispuestas en la barra.

Está el de tripa gorda y el de machitos, ambos muy por encima del estándar y deliciosos también, aunque conozco dos sitios, uno fijo y el otro callejero donde el sabor y sazón de la tripa es insuperable. En este rubro se irían hasta el tercer sitio, lo que de cualquier modo garantiza una experiencia inolvidable.

El de suadero queda a deber un poco con respecto a los otros que aquí se sirven, pero no así en general. Siendo el Padre de todos los tacos, hay tantas variedades y técnicas en la preparación de dicha excelencia que se hace difícil establecer quién se lleva un primer lugar entre mis frecuentados, sin embargo, pienso que a este en particular podría también otorgarle un tercer lugar, lo que lo vuelve altamente recomendable. También se puede pedir con queso, que para un ortodoxo como un servidor resulta una blasfemia, pero en fin, hay que darle cabida a las preferencias vanguardistas.




Llego al momento climático de la descripción. He aquí la delicia máxima, el platillo gourmet por excelencia del taquero irredento: el taco de lengua. El de este lugar llega a niveles de perfección que lo vuelve casi indescriptible. Cortes abundantes de lengua en su punto ideal, deshaciéndose de suavidad entre las hábiles manos del experto maestro taquero (El Chato), pero conservando su consistencia, haciendo gala de su cocción exacta y volviéndose néctar para dioses al ingresar a nuestras ansiosas bocas. Pero eso no es todo, lo máximo en este lugar es la inimitable salsa que acompaña a dicho taco. Dan ganas de pedirlo ahogado en ese líquido glorioso (yo de hecho, así lo hago). Salsa verde con pedacitos de cebolla y cilantro finamente picados y con un regusto a algo indescifrable que te hace meterte en conjeturas interminables (¿comino, clavo, Chanel No. 5?).

En fin, cualquier intento de describirlo se vuelve inútil, pero puedo aventurarme a suponer que si el Altísimo tiene algún antojo en su eternidad paradisíaca, seguramente encargará  a los Arcángeles que le lleven unos seis tacos de lengua con un chingo se salsa, pero que sean de  los de la calle 6.



¿Cómo llego a estos tacos?


Entrada publicada por El Charrito Montapuercos.

sábado, 4 de junio de 2011

El Personal

Yo soy fans de El Personal.

Hace algunos años existía una revista alternativa -cualquier cosa que esto signifique- llamada La mosca en la pared. Dentro de sus secciones, existía una muy interesante que llevaba por nombre La nueva música clásica y que ofrecía reseñas acerca de los discos que ellos consideraban como los más representativos de la historia de la música popular -rock, pop, metal-. Fue a través de este vehículo que supe por primera vez del extraordinario disco No me hallo, de la fabulosa banda tapatía El Personal.

Una mezcla genial de géneros: reggae, balada, son jarocho, cumbia, rock. Una enorme capacidad creativa en lo musical. Y en lo letrístico algo realmente propositivo: desenfadado, poético, chusco, llegador. Un estilo incomparable, una propuesta verdaderamente fresca y deliciosa en el océano de bandas repetitivas y pretenciosas.

Aunque todos los integrantes mostraron una creatividad enorme para resolver las inusuales combinaciones musicales, es importante mencionar que el cerebro y corazón del grupo fue Julio Haro, compositor, letrista y vocalista (¡qué tamaño de voz!: nasal y emotiva hasta la médula), muerto de sida a la edad de 37 años, el día 4 de enero de 1992, en una Guadalajara estigmatizada como mocha y que debe de sentirse orgullosa de haber dado al mundo a este valiente y atormentado miembro de la comunidad gay.



Aquí un par de canciones incluidas en el disco No me hallo.

La primera, El menjurje.



La segunda y emblemática, La Tapatía.


Un artículo realmente interesante y extensivo acerca de la vida de Julio Haro: